Ya estoy en la recta
final, me durará este nudo en el estómago hasta que me suba al avión? O lograré
sacármelo en algún momento?
Es muy raro, todos mis
otros viajes a Argentona fueron precedidos de otro tipo de ansiedad. Las otras
veces lo único que esperaba era subirme al avión y llegar de una vez por todas
a estar al lado de Joan. Ahora me muero de ganas por estar al su lado, porque
me abrace fuerte, pero esas ganas se opacan por este maldito nudo que se empezó
a formar hace unos días y cada vez me retuerce mas y mas la garganta. Tengo
tantas cosas que terminar sí o sí antes de irme, que ni tengo tiempo para
tratar de aflojarlo. Además siento que si intento aflojarlo se me va a cerrar
más, y ya no va a haber llanto capaz de aflojarlo.
Es muy raro, nunca sentí
una ambigüedad tan grande. Me muero de miedo y, al mismo tiempo, estoy ansiando
estar definitivamente instalada allá. Pero no puedo aflojarme y solo disfrutar
de lo que me espera. Lo que dejo duele mucho, más de lo que me imaginé que dolería.
Lo que más cuesta dejar es mi gente, pero también mi lugar. Buenos Aires y
Argentina, con todas sus contras y dificultades han sido MI lugar por más de 40
años. Nunca me dí cuenta de la importancia de cosas que consideraba naturales.
Algo tan simple como saber qué bondi tomar, cuál es el mejor camino para llegar
con auto de un lado a otro, dónde comprar el mejor pan dulce todo el año, la
mejor heladería, dónde comer buena pizza o pastas, ir a la carnicería a comprar
vacío y que me entiendan, conseguir queso fresco con cáscara con harina y
todo en cualquier almacén de morondanga,
o miles de pavadas por el estilo, me parecen ahora cosas significativas, cosas
que hacen a mi lugar y que me hacen a mí, a lo que soy.
Cada vez que me iba de
viaje, sabía que volvía a casa al pisar Ezeiza, en cada uno de mis paseos,
pensaba que antes o después, volvería a mi todoslosdías
porteño. Y en cada hostel o casa de amigos extrañaba mi cama, mi baño, o mi
cocina para cocinarme algo casero, aún sabiendo que no eran los mejores. Y
viviendo acá, a pesar de saber que muchas cosas deben cambiar (y muchas de
ellas mucho), nunca me imaginé viviendo en otro lugar.
Hasta que conocí a Joan.
Y mis planes dejaron de ser lo que habían sido y mis sueños cambiaron. Y mi
jardín ya no tendrá palto (o tal vez si, podemos plantar uno, porque jardín seguro
habrá), y habrá parrilla, habitación de los argentinos y hogar de leña. Hogar. Hogar
con Bar, con Joan y con los niños. Nuestro hogar. Acá, allá o donde sea, Nuestro.
Juntos.
Y al escribir esto
último, ya se me aflojó un poquitín el nudo de la garganta.
Ya aprenderé qué autobús
tomar, cómo llegar en coche de un sitio a otro, donde beber la mejor orchata
(aunque a mí no me guste), dónde sirven los mejores seitons, la mejor escudella.,
o la más rica crema catalana. Y podré mostrárselos cuando vengan de visita.